Padre nuestro tú que estás...
Tomé su mano,
suave y cálida,
sentía una ferviente
energía.
Emitimos la primera
estrofa de tan preciada
profesión.
Me miró
la miré, sonreí
ella agradeció.
Sin saberlo yo,
miles de lágrimas
corrieron hacia mí.
Sentí más cerca que
nunca, a Dios.
Padre nuestro tú que
estás... en ella, en
mí en las dos.
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