Soltaste mi mano

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Tomada de tu tibia mano, me llevabas,
mostrándome lo bueno del camino,
sonriendo todo el tiempo con la pureza
de un niño.

Llegamos al fin a ese lugar prometido
yo te miraba porque sabía que el recorrido
contigo acababa.

Tú sonreías como madre generosa
y poco a poco soltaste mi mano,
supe en ese momento, ay, lo supe,
ahora me tocaba seguir el camino a mí.

Con lágrimas en mis ojos me despedí,
entendí que de ahora en adelante sería yo
la que tomaría el timón.

Caminé con intranquilidad al inicio,
pero al pasar por ese umbral maravilloso
de entrada, vi la gloria alcanzada.

Nos despedimos de la ilusión para
encontrarnos en el corazón, y tener
el aprendizaje evolucionando en este
magnífico viaje.



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