Un día cualquiera, en una gasolinera, encontré a un extraño indigente, pese a su olor pestilente, tenía una mirada especial, como iluminada. Yo, a mi sobrino esperaba, el singular personaje, preguntó con elegancia por mi larga estancia en ese lugar. No te preocupes, me dijo, vendrá, sonrió, "Hay un fe, hay un Dios". Ante tal afirmación me sorprendí, luego el reloj advertí, más de cincuenta minutos de retraso, entraba ya el ocaso. Mis nervios eran evidentes, más cuando el indigente, en forma de caballero valiente, cruzó la calle transitada, caminando como si nada. Del otro lado gritaba: qué color es el bus. Regrese, imploré, pero de inmediato, vi lo insensato de mi pedido, entre los carros como hombre biónico, volvió, sin ni siquiera ver, no lo podía creer. Manos y boca hinchados, su tez de tono azulado, totalmente desarrapado, ese hombre tenía fe. Luego de media hora más, con indigente a mi lado, llegó el transporte anhelado y baja mi sobrino